El amor eterno de Jade

En la ciudad de luces donde los secretos y las posibilidades parecían palpables, nuestros ojos se encontraron.

No fue un encuentro premeditado, sino que el destino tenía otros planes. 


La primavera había esparcido su hechizo sobre París, y yo, me perdía entre las calles adoquinadas. El aire estaba impregnado de café y croissants recién horneados. 

Me detuve frente a una encantadora librería que se alzaba como un refugio para los amantes de las palabras. Sus estanterías, curvadas por el peso de los siglos, albergan tesoros literarios: volúmenes antiguos con lomos desgastados, manuscritos que susurran historias olvidadas y mapas que trazan rutas hacia mundos imaginarios.

El suave aroma a tinta y papel impregna el aire, como un abrazo cálido de la memoria. La luz del atardecer se filtra a través de los cristales, pintando matices dorados en las páginas amarillentas. Los libros parecen cobrar vida, sus personajes danzan entre las líneas, y los secretos se esconden en los márgenes.


Y allí vi a Jade, que estaba junto a una de las ventanas de la librería, sumergida en un libro antiguo. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos canela eran un misterio que me capturaron al instante.

No sé qué me impulsó a entrar. Tal vez fue la forma en que la luz del atardecer se filtraba a través del cristal, su collar que brillaba y la envolvía en un halo, o quizás fue simplemente el destino, jugando sus cartas.

Me acerqué, y nuestras miradas se encontraron. No necesitamos palabras. En ese momento, supe que ella también sentía la conexión. Había algo en su mirada, una mezcla de tristeza y esperanza.

Le pregunté por el libro que sostenía, y Jade sonrió. “Es un viejo poema de amor”, dijo. “Habla de corazones rotos y promesas incumplidas”.


Y así comenzó nuestra historia. Dos almas errantes, encontrándose en una ciudad llena de historias no contadas. No sabía que aquel encuentro cambiaría mi vida para siempre.

Nuestros encuentros se volvieron más frecuentes, y cada vez que nuestros ojos se encontraban, sentía que el tiempo se detenía. Hablábamos de todo, desde los secretos más profundos hasta las risas más inocentes. Y en esos momentos, sabía que había encontrado algo especial.

“¿Sabes qué es lo más hermoso de París Gérard?” Jade me preguntó una tarde, mientras caminábamos por las calles adoquinadas. “Es que cada rincón tiene una historia que contar, y cada historia es un pedazo del alma de esta ciudad.”

Asentí, y con mi mirada fija en el horizonte. “Y cada alma que encuentra su camino aquí, deja una huella imborrable. Como nosotros, Jade.”


Los días se convirtieron en semanas, y nuestras conversaciones se tejieron como hilos invisibles entre nosotros. Hablábamos de libros, de sueños, de las estrellas que brillaban sobre París. Sus ojos me atrapaban, y cada vez que los miraba, sentía que el mundo se detenía.

Una tarde, mientras paseábamos por el Sena, Jade confesó sus miedos. “Gerard he amado con el corazón destrozado antes”, dijo. “Prometí no volver a hacerlo”.

Tomé su mano y la acerqué a mi corazón. “Jade, aquí estoy para amarte con todo lo que soy.”


En las noches enredadas en sus brazos, descubrí que el pasado no importaba. Nuestros cuerpos se convertían en un refugio, y las risas llenaban las grietas de nuestros corazones rotos.

Sin embargo, había momentos en los que su mirada se volvía distante. A veces, cuando la abrazaba, parecía estar en otro lugar. ¿Qué secretos guardaba? ¿Qué promesas incumplidas la atormentaban?

Una tarde, en un pequeño café, le pregunté sobre su collar. El mismo collar que ahora descansaba en mi cuarto. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y su voz tembló al decir: “Pertenecía a alguien que desapareció”.


Y así, entre susurros y miradas cargadas de significado, nos aferramos a este amor imposible. Porque a veces, la única forma de amar es con el corazón en pedazos.

Los días se deslizaban como hojas secas en otoño, y nuestra historia se volvía más compleja. A veces, en la penumbra de la noche, me miraba al espejo y no veía mi reflejo. Solo veía sus ojos canela, su sonrisa, y el collar.


París seguía siendo nuestro escenario. Visitábamos los mismos bares donde habíamos bailado, pero algo había cambiado. Las risas eran más forzadas, y la seguridad de que todo saldría mal se aferraba a mí.

Una tarde, mientras caminábamos por Montmartre, Jade me confesó: “Hay un amor que no se olvida, y tú eres parte de él”. No sabía si eso era una promesa o una advertencia.


Un día, mientras observábamos el atardecer desde la Torre Eiffel, Jade desapareció sin explicaciones. Solo quedó un vacío que amenazaba con derrumbar mi mundo interior.

La ciudad de París, que una vez fue un escenario de amor y esperanza, se convirtió en un laberinto de preguntas sin respuesta. Cada rincón del barrio donde habían compartido sus momentos más íntimos se transformó en un recordatorio de lo que había sido.


El collar que Jade me había dado se convirtió en un símbolo tangible de nuestra conexión, un objeto que guardé con cuidado, como si fuera una reliquia. Las noches se volvieron más largas, y los bares donde habían bailado se llenaron de sombras y ecos de risas pasadas.

¿Había sido un juego para ella? ¿O también había amado con el corazón destrozado? Las preguntas giraban en mi mente como hojas secas en otoño, cada una llevando consigo una posibilidad diferente.


El tiempo, implacable, continuó su marcha. Y me encontré atrapado entre el pasado y el presente, aferrándome a la única forma que tenía de recordándola,  su collar. 

Una noche a la luz de la luna llena, empece a juguetear con el collar, era un objeto hermoso, con cuentas que brillaban como las lágrimas del cielo. Sin saber porqué tuve la necesidad de colocármelo al cuello atraído por su belleza y misterio, y algo inesperado sucedió. El collar comenzó a brillar intensamente, y me sintí atrapado por una fuerza invisible.

“¿Qué está pasando?” grité, confundido y asustado.

Mientras Jade aparecía, sonriendo tristemente. “El collar es mágico, Gérard. Es un objeto que une a los amantes a través del tiempo. Y ahora, eres parte de nuestra historia.”


En ese momento sentí como me convertía en una cuenta más del collar. Mi cuerpo se desvaneció lentamente, dejando solo su espíritu atrapado en el objeto mágico para toda la eternidad.


En París, la ciudad del amor eterno, el collar continuaba su danza entre los corazones perdidos y encontrados. Y aunque los amantes cambiaban con el tiempo, el amor mágico del collar nunca se extinguía.


La primavera había esparcido su hechizo sobre París, y Luc, se perdía entre las calles adoquinadas. El aire estaba impregnado de café y croissants recién horneados. Fue entonces cuando vio sus ojos canela.

Jade estaba junto a la ventana de una pequeña librería, sumergida en un libro antiguo. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos canela eran un misterio que le capturaron al instante.

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