Correr hacia dentro


Este diario nace en una pista de atletismo, pero no habla solo de deporte. 


Es el recorrido íntimo de un adolescente que, tras la llegada de un nuevo entrenador —también psicólogo— empieza a explorar lo que ocurre dentro de sí: pensamientos que sabotean, emociones que remueven, conflictos que duelen y momentos que transforman. 

Cada entrada es una pausa para entenderse, una zancada hacia dentro, una forma de entrenar lo invisible.


Diario personal — Entrada inicial

No sé muy bien por qué empecé a escribir esto. Supongo que necesitaba entender lo que me pasa por dentro, sin tener que explicárselo a nadie. Y todo empezó el día que llegó él.

Un entrenador nuevo. Pero no solo eso. Psicólogo también. Se presentó sin cronómetro, sin gritos, sin frases motivacionales vacías. Dijo que no venía a hacernos más rápidos, sino más conscientes. Que correr está bien, pero que si no sabes quién corre, para qué lo haces, o qué te mueve… entonces solo estás huyendo.

Nos miró como si supiera que muchos entrenamos para escapar. De la presión, del ruido, de nosotros mismos. Y soltó algo que se me quedó grabado: “No hace falta que me contéis nada. Pero si queréis entenderos, escribid.”

Así que aquí estoy. No para contar lo que pasa fuera —las marcas, los entrenamientos, los enfados— sino lo que pasa dentro. Lo que no se ve. Lo que pesa. Lo que remueve. Lo que no sé cómo nombrar.

Este diario no tiene reglas. No tiene fechas fijas. No tiene objetivo. Solo tiene una intención: parar, observar, entender. A veces será confuso. A veces será claro. A veces no querré escribir. Pero si me sirve para saber quién soy cuando corro, cuando siento, cuando dudo… entonces habrá valido la pena.

Empieza aquí. No sé dónde acaba.


Diario personal — Entrada del jueves

Hoy ha sido uno de esos días en los que no sabes si estás corriendo hacia algo o huyendo de todo. En el entrenamiento, el circuito de resistencia se me ha hecho eterno. No por las piernas, sino por la cabeza. Cada vuelta era como una frase que no quería escuchar: “No vales”, “No estás a la altura”, “¿Para qué lo intentas?”. Y lo peor es que mi cuerpo seguía, como si no tuviera opción.

Cuando he terminado, me he sentado en el bordillo de la pista. Mi entrenador se ha acercado y me ha dicho algo que se me ha quedado clavado: “No eres tus marcas. Ni tus tiempos. Eres quien decide seguir corriendo cuando todo dentro te pide parar.”

Me ha mirado como si supiera que hoy no era un mal día físico, sino mental. Y tenía razón. Porque lo que más pesa no son las piernas, sino los pensamientos que te sabotean sin que te des cuenta.

Al llegar a casa, he intentado hacer lo que él siempre dice: parar, respirar, escuchar. Me he preguntado cómo estaba mi cuerpo (agotado), qué decía mi mente (que no era suficiente), y qué sentía por dentro (una mezcla de rabia y tristeza). Y por primera vez, en vez de ignorarlo, lo he escrito.

No sé si mañana volverán las dudas. Probablemente sí. Pero hoy he entendido que no tengo que correr para escapar de ellas. Puedo parar. Puedo escuchar. Y puedo decidir qué voz merece mi atención.

Eso, según mi entrenador, es entrenar de verdad.


Diario personal — Entrada del miércoles (tras ver las fotos del grupo)

Hoy me he comparado. Y he perdido.

Estaba viendo las fotos del grupo en redes. Todos sonrientes, fuertes, seguros. Y yo, al mirarme, solo veía lo que falta: más músculo, más confianza, más “algo” que no sé definir. Como si mi cuerpo no estuviera a la altura. Como si yo no estuviera a la altura.

Mi entrenador lo dijo una vez: “Compararse es como correr en una pista que no existe. Nunca sabes dónde estás, ni hacia dónde vas.”

Y eso me pasa. Porque cuando me comparo, dejo de ver lo que sí tengo. Lo que sí soy. Solo veo lo que no. Y eso pesa. Me hace sentir pequeño. Invisible. Como si todo lo que hago no bastara.

Pero también sé que esa mirada no es mía. Es la que aprendí. La que me enseñaron sin querer. La que dice que hay que encajar, destacar, gustar. Y hoy he decidido cuestionarla. No para convencerme de que soy perfecto. Solo para recordar que soy suficiente.

Mi entrenador dice que el cuerpo no se mide en likes. Se mide en lo que te permite vivir. Hoy lo he mirado con más respeto. No con admiración, pero sí con menos juicio.

Hoy he corrido sin mirar a los lados. Solo hacia dentro. Y eso, por ahora, me basta.


Diario personal — Entrada del lunes 

Hoy he entrenado fatal. No por el cuerpo, que estaba más o menos bien, sino por lo que tenía dentro de la cabeza. Mi entrenador dice que la mente es como un compañero de equipo que a veces juega en contra. Y hoy lo he sentido así, como si alguien me estuviera saboteando desde dentro.

Antes de empezar las series, ya estaba pensando: “No vas a aguantar”, “Hoy no estás bien”, “Seguro que los demás lo hacen mejor que tú”. Y lo peor es que me lo creía. Como si mi mente fuera una especie de altavoz que no se puede apagar.

En la tercera vuelta, me he parado. No por agotamiento físico, sino porque me he dado cuenta de que estaba corriendo con miedo. Miedo a fallar, a no estar a la altura, a decepcionar. Y todo eso venía de frases que mi cabeza repetía sin parar. Tonterías, como dice mi entrenador. Fake news internas.

Me he sentado en el césped y he hecho lo que él me enseñó: Escuchar, cuestionar, bajar el volumen. Me he preguntado: —¿Es verdad que no valgo? —¿Es verdad que hoy no puedo? —¿Es verdad que los demás son mejores?

Y la respuesta ha sido: no. No es verdad. Son frases que mi mente suelta cuando está insegura, cuando se siente vulnerable. Pero no son reales. No son yo.

Así que me he levantado. He corrido otra vuelta. No ha sido la más rápida, ni la más técnica. Pero ha sido mía. Sin ruido. Sin tonterías. Solo yo, el cuerpo, el aire, el ritmo.

Mi entrenador dice que entrenar no es solo correr. Es aprender a callar lo que no ayuda. Hoy lo he entendido.


Diario personal — Entrada del miércoles (semana de competición)

Hoy he sentido. Mucho. Y no me ha dado miedo.

En el calentamiento, antes de la prueba, tenía el estómago revuelto. No por lo que había comido, sino por lo que estaba sintiendo. Nervios, inseguridad, ganas de salir corriendo… pero no hacia la pista, sino lejos de todo. Mi entrenador me miró y solo dijo: “No lo bloquees. Siente. Y luego corre.”

Así que lo hice. Me permití sentir. Sin esconderlo. Sin disimular. Sin fingir que estaba bien. Me di cuenta de que lo que más me cuesta no es correr, sino aceptar lo que siento sin juzgarlo. Porque siempre me han dicho que estar nervioso es malo, que la rabia hay que esconderla, que la tristeza es debilidad. Pero hoy no lo he hecho.

He sentido miedo. Y lo he respirado. He sentido rabia. Y la he canalizado. He sentido tristeza. Y no me he avergonzado.

Y cuando ha sonado el disparo de salida, he corrido. No para escapar de lo que sentía, sino con ello. Como si cada emoción fuera parte de mi zancada. Como si el cuerpo, la mente y lo que llevo dentro fueran un solo equipo.

Al terminar, no he mirado el cronómetro. He mirado dentro. Y he sentido orgullo. No por el tiempo, sino por haber corrido con todo lo que soy. Sin miedo.

Mi entrenador dice que sentir no es debilidad. Es información. Es energía. Es vida. Hoy lo he entendido.


Diario personal — Entrada del lunes (después de estudiar hasta tarde)

Hoy no he entrenado. He estudiado.

Y no porque me apetezca. Porque toca. Porque el instituto aprieta. Porque los exámenes se acercan y parece que todo depende de ellos. Y mientras repaso fórmulas, fechas y esquemas, mi cabeza no para: “No llegas”, “No estás haciendo suficiente”, “Vas a fallar.”

Mi entrenador lo llama “la carrera invisible”. Esa en la que no hay pista, pero sí presión. En la que no corres con las piernas, sino con la mente. Y a veces, la mente va tan rápido que te deja atrás.

Hoy me he sentido así. Como si todo lo que hago no fuera suficiente. Como si tuviera que demostrar algo todo el rato. Como si descansar fuera perder. Pero también me he acordado de lo que me dijo él una vez: “Rendir no es hacerlo todo. Es saber cuándo parar.”

Así que he parado. He cerrado el cuaderno. He respirado. Y he escrito esto. No para justificarme. Para entenderme. Para recordar que no soy una máquina de resultados. Que también necesito espacio. Que entrenar la mente no es llenarla, sino saber cuándo vaciarla.

Hoy no he entrenado. Pero he aprendido algo: si no me escucho, no hay rendimiento que valga.


Diario personal — Entrada del sábado (después del entrenamiento mental)

Hoy no he corrido. Hoy he entrenado la cabeza.

Mi entrenador lo llama “entrenamiento invisible”. Dice que no se ve, pero que es el que más marca la diferencia. Que si no sabes qué te dice tu mente, corres con lastre. Y que hay días en los que lo mejor que puedes hacer es parar y escuchar.

Así que eso he hecho. Me he sentado en el parque, sin música, sin móvil, sin distracciones. Solo yo y mi cabeza. Y ha empezado el show: “Tendrías que ser más fuerte”, “¿Y si no mejoras nunca?”, “No estás hecho para esto”. Una tras otra. Tonterías internas. Como si mi mente fuera una emisora que solo emite críticas.

Pero esta vez no me las he tragado. He hecho lo que me enseñó el entrenador: —Escúchala. —Cuestiónala. —Bájale el volumen.

Le he respondido mentalmente: “¿Y si sí mejoro?”, “¿Y si no tengo que demostrar nada?”, “¿Y si ya soy suficiente?”. Y ha funcionado. No porque la mente se haya callado del todo, sino porque he dejado de creerle todo lo que dice.

Me he dado cuenta de que muchas veces corro para callar esa voz. Para sentir que valgo. Para que no me critique. Pero hoy he entendido que no tengo que correr para demostrar nada. Que puedo correr porque me gusta. Porque me conecta. Porque me hace sentir vivo.

Mi entrenador dice que la mente es como un compañero de equipo: si no lo entrenas, te sabotea. Hoy he empezado a entrenarlo.


Diario personal — Entrada del martes (después del bajón)

En el instituto, todo normal. En casa, también. Pero por dentro… algo se movía. No sabía si era tristeza, rabia, decepción o qué. Solo sabía que tenía una especie de nudo en el pecho y que me daban ganas de encerrarme en mi cuarto y no hablar con nadie.

Antes, habría hecho justo eso: esconderme, poner música fuerte, distraerme. Pero mi entrenador me lo dejó claro hace tiempo: “Las emociones no se escuchan y se dejan pasar.”

Así que hoy he hecho el intento. Me he tumbado en la cama, sin móvil, sin ruido. He respirado. Y he preguntado: —¿Qué siento? —¿Dónde lo siento? —¿Qué me está diciendo esto?

Y ha salido: tristeza. Por algo que no ha pasado, pero que me habría gustado que pasara. Por no sentirme tan cerca de algunos como antes. Por no saber si estoy cambiando o si los demás lo hacen y yo me quedo atrás.

No ha sido agradable. Pero no ha sido malo. Porque por primera vez no he tenido miedo de sentirlo. No he intentado taparlo. No he fingido que estaba bien. Lo he sentido. Y ha pasado. Como una ola que sube, te revuelve, y luego baja.

Mi entrenador dice que sentir es como correr bajo la lluvia: incómodo, pero liberador. Hoy he corrido dentro de mí. Y aunque no haya cronómetro, sé que he avanzado.


Diario personal — Entrada del miércoles (después de discutir en casa)

Hoy no ha sido el entrenamiento. Ha sido casa.

He discutido con mi madre. No fue por nada grave, pero acabamos los dos con cara de “no nos entendemos”. Ella me decía que tenía que organizarme mejor, que no podía vivir en modo caos. Yo solo quería que me dejara respirar. Al final, acabé encerrado en mi cuarto, con esa sensación de que nadie me pilla, de que todo lo que digo se interpreta mal.

Mi entrenador lo dice a veces: “La adolescencia es como cambiar de pista sin avisar. Y los padres se quedan en la anterior, intentando entender por qué ya no corres igual.”

Y creo que eso pasa. Yo estoy cambiando. Ellos también, pero no al mismo ritmo. Y eso genera ruido. Como si habláramos idiomas distintos. A veces me tratan como si tuviera siete años. O como si no supiera lo que siento. Y eso me revienta.

Pero también sé que no es fácil para ellos. Que están intentando entenderme. Que no tienen un manual. Y que, aunque a veces me agobien, están ahí. Me cuidan. Me preguntan. Me esperan.

Hoy, después del enfado, mi madre me dejó una nota en la puerta: “Cuando quieras hablar, estoy aquí.” No decía mucho, pero decía todo.

Mi entrenador dice que los conflictos no se resuelven corriendo más rápido, sino parando a escuchar. Hoy he parado. Y aunque no hemos hablado aún, siento que ya hemos dado el primer paso.


Diario personal — Entrada del sábado (tras caminar solo)

Hoy he tenido que decidir. Y nadie podía hacerlo por mí.

No era una decisión enorme, pero sí importante. Cambiar de grupo, hablar con alguien, dejar algo que ya no me suma. No lo cuento por el qué, sino por el cómo. Porque lo difícil no ha sido elegir, sino escucharme de verdad.

Mi entrenador lo dice claro: “Decidir es entrenar la autonomía. No hay técnica, solo escucha.”

Así que he salido a caminar. Sin música, sin distracciones. Solo yo. Y mientras caminaba, aparecieron todas las voces: la que duda, la que quiere agradar, la que teme equivocarse. Pero también apareció otra: la que sabe. La que no grita, pero sostiene. La que no busca certezas, sino coherencia.

Al final, no hubo epifanía. Solo una frase que me salió sin pensar: “Esto es lo que necesito ahora.” Y con eso bastó.

Hoy he decidido. No por impulso, no por presión. Por mí. Y aunque no sé si será lo correcto, sé que es lo auténtico. Y eso, en este momento, es suficiente.


Diario personal — Entrada del martes (después de entrenar con ella)

Hoy ha pasado algo que no esperaba. Me he dado cuenta de que me gusta alguien.

No es nuevo del todo, pero hoy lo he sentido distinto. Estábamos entrenando juntos, como siempre, pero esta vez me fijé en cosas que antes no veía: cómo se ríe, cómo se concentra, cómo me mira cuando cree que nadie lo nota. Y algo dentro se activó. No fue solo atracción. Fue esa mezcla rara de nervios, ilusión y miedo.

Mi entrenador dice que cuando te gusta alguien, es como correr con el viento a favor: todo parece más fácil, pero también te puede desestabilizar si no sabes manejarlo. Y creo que tiene razón. Porque desde que me di cuenta, mi cabeza no para: “¿Le gustaré?”, “¿Y si lo estropeo?”, “¿Y si no siente lo mismo?”

La mente, como siempre, soltando sus tonerías. Pero esta vez no quiero que me sabotee. No quiero que me impida sentir algo bonito solo porque tiene miedo. Así que he hecho lo que me enseñó: parar, respirar, escuchar.

Y lo que siento es claro: me gusta. Me hace sentir bien. Me da ganas de entrenar mejor, de hablar más, de estar cerca. No sé si es recíproco. No sé si pasará algo. Pero hoy no quiero pensar en eso. Hoy solo quiero aceptar lo que siento sin miedo.

Mi entrenador dice que sentir es parte del entrenamiento. Que no solo se corre con las piernas, sino también con el corazón. Hoy he corrido con el corazón. Y aunque no haya meta, el trayecto ya vale la pena.


Diario personal — Entrada del martes (tras la lesión)

Hoy no he corrido. Ni un metro.

El médico ha dicho que tengo que parar. Nada grave, pero suficiente para que el cuerpo diga “basta”. Y aunque lo entiendo, me cuesta. Porque correr no era solo entrenar. Era mi forma de estar bien. De ordenar lo que siento. De no pensar tanto.

Ahora, sin poder moverme como quiero, todo se amplifica. La mente va más rápido que nunca. Me dice que voy a perder ritmo, que los demás seguirán avanzando, que me quedaré atrás. Y aunque sé que exagera, algo de eso me remueve.

Mi entrenador —el nuevo— no ha hablado de marcas ni de recuperación. Solo me ha dicho: “Escucha lo que te pasa. No lo tapes. No lo corras. Obsérvalo.”

Así que eso intento. Me quedo quieto. Me escucho. Y aparece algo que no esperaba: miedo. Miedo a no saber quién soy si no entreno. Miedo a que todo lo que he construido se tambalee por una semana sin correr.

Pero también aparece otra cosa: una voz más suave, más mía. Que dice que no soy solo lo que hago. Que también soy lo que aprendo cuando no puedo hacer. Que esta pausa puede ser entrenamiento, si la miro bien.

Hoy no he corrido. Pero he entrenado otra cosa: la paciencia, la escucha, la aceptación.


Diario personal — Entrada del domingo (después de que todo cambiara)

Hoy he entendido algo que me cuesta aceptar: nada es para toda la vida.

Hace unas semanas, todo parecía estable. El grupo de entrenamiento, las rutinas, incluso lo que sentía por ella. Pero ahora… algunas cosas han cambiado. Ella ya no viene tanto. El grupo se ha dividido. Y yo, que pensaba que tenía todo bajo control, me he sentido como si me quitaran el suelo.

Mi entrenador lo dice sin rodeos: “Todo cambia. Lo importante no es evitar el cambio, sino aprender a moverse con él.”

Y eso intento. Pero no es fácil. Porque cuando algo te hace sentir bien, quieres que dure. Que se quede. Que no se rompa. Y cuando se va, duele. Como si te arrancaran una parte de ti que ya habías hecho tuya.

Hoy he salido a correr solo. No por entrenar, sino por entender. Y mientras corría, pensaba en todo lo que ha cambiado este año: mi cuerpo, mis pensamientos, mis emociones, mis relaciones. Y me he dado cuenta de que, aunque nada sea para siempre, cada cosa deja algo. Un aprendizaje. Una huella. Una versión nueva de mí.

Mi entrenador dice que correr es aceptar el movimiento. Hoy he corrido con el cambio. No para huir de él, sino para integrarlo. Y aunque aún me duela, sé que estoy avanzando.


Diario personal — Entrada del jueves (tras entrenar con poca gente)

Hoy el grupo estaba casi vacío.

De los que solíamos ser, solo quedamos cuatro. Algunos han dejado de venir. Otros entrenan en otro horario. Y otros, simplemente, se han ido sin decir nada. No es que me moleste. Pero algo se ha roto. Ya no es lo mismo.

Antes, el grupo era como una segunda casa. Nos reíamos, nos picábamos, nos esperábamos. Ahora entrenamos en silencio. Cada uno a lo suyo. Y yo, que pensaba que esto era estable, empiezo a entender que no hay nada fijo. Que los vínculos también se mueven. Que no todo dura.

Mi entrenador lo dijo hace poco: “Los grupos cambian. Lo importante es lo que te llevas, no lo que se queda.”

Y eso intento pensar. Que cada persona que pasó dejó algo. Que no hace falta que todo siga igual para que haya valido la pena. Pero cuesta. Porque cuando algo te hace sentir bien, quieres que dure. Y cuando se va, te quedas con ese hueco que no sabes cómo llenar.

Hoy he corrido con ese hueco. No para taparlo, sino para entenderlo. Y mientras corría, me di cuenta de que, aunque el grupo cambie, yo sigo aquí. Sigo corriendo. Sigo sintiendo. Sigo aprendiendo.

Tal vez eso sea lo que permanece.


Diario personal — Última entrada

No sé si esto es un final o solo una pausa. Pero hoy siento que he llegado a un punto donde puedo mirar atrás y decir: he cambiado.

Empecé escribiendo porque mi entrenador me dijo que parar y escucharme era parte del entrenamiento. No solo el físico, sino el de dentro. Y tenía razón. Porque aquí he corrido con el cuerpo, con la mente, con las emociones, con los miedos, con los demás… y también conmigo.

He aprendido que:

  • Mi mente dice muchas tonterías, pero yo decido si las creo.

  • Sentir no es peligroso. Es necesario.

  • Mi cuerpo no es solo una máquina: es mi casa, mi aliada, mi historia.

  • Los demás no siempre entienden, pero eso no me define.

  • Nada es para toda la vida, y eso no es una amenaza: es libertad.

  • Me gusta alguien, y eso me conecta con lo que soy.

  • Mi familia también está aprendiendo, como yo.

  • Tengo un hogar dentro, y puedo volver a él cuando todo fuera se tambalea.

  • Y lo más importante: me tengo a mí.

No sé qué vendrá después. Con miedo, con dudas, con ganas, con todo. Porque ya no corro para escapar. Corro para estar. Para sentir. Para vivir.

Gracias, cuerpo. Gracias, mente. Gracias, emociones. Gracias, entrenador. Gracias, diario. Gracias, yo.

Nos vemos en la próxima vuelta.