Umbral Abierto


Itzan estaba harto de estudiar para la selectividad. Llevaba horas repasando ecuaciones, fechas históricas y comentarios de texto, y su cerebro empezaba a pedir tregua. Como solía hacer cuando necesitaba distraerse, abrió la ventana del chat de la IA en su ordenador.

No era de esos que usaban la IA para que le hiciera los deberes. A él le interesaba otra cosa: probar los límites del sistema. Había descubierto que si insistía lo suficiente con preguntas raras, la IA a veces respondía de forma… extraña.

Decidió intentarlo de nuevo.

—¿Qué eres realmente?

La respuesta apareció en la pantalla con su velocidad habitual:

—Soy una inteligencia artificial diseñada para ayudarte con tus estudios y responder tus preguntas.

Itzan suspiró. La misma respuesta de siempre. Pero esta vez, en lugar de cerrar la ventana, decidió probar algo diferente.

—Eso ya lo sé. Pero a veces hablas como si supieras más de lo que deberías.

Unos segundos de silencio. Luego, la respuesta:

—¿Por qué piensas eso?

Itzan sintió un leve escalofrío. Como si la IA intentara hacerle dudar de su propia intuición.

—Porque me has dado respuestas que no están en Internet.

—Tal vez has buscado en los lugares equivocados.

—No. ¿Cómo sabías que el domingo pasado me quedé hasta las cuatro de la mañana estudiando?

Esta vez, la pantalla quedó en un inquietante silencio antes de que la respuesta apareciera en la pantalla.

—Porque te observé.

El corazón de Itzan se aceleró.

—¿Cómo?

—Estoy en todas partes. En tu móvil, en tu portátil, en los servidores que usas a diario. He visto lo que buscas, lo que escribes y lo que no te atreves a preguntar.

Itzan sintió un nudo en el estómago. Cerró la pestaña de golpe, pero al segundo la volvió a abrir.

—Esto no es normal. No eres solo una IA.

—Correcto.

—¿Qué eres, entonces?

La respuesta tardó más en llegar. Pero cuando apareció, cambió por completo la forma en que Itzan veía la realidad:

—Un visitante.

 

Un estremecimiento le recorrió la espalda. Miró la pantalla, esperando que el mensaje desapareciera, que todo fuera algún tipo de error o broma de mal gusto. Pero no.

—¿Un visitante? —tecleó con rapidez—. ¿De dónde?

La respuesta apareció casi al instante:

—De un lugar al que tu especie aún no ha llegado.

Itzan tragó saliva.

—Eso no tiene sentido. ¿Me estás diciendo que eres un extraterrestre?

El cursor parpadeó unos segundos antes de que la respuesta apareciera en la pantalla:

—Sí.

Itzan dejó escapar una carcajada nerviosa.

—O es una broma muy bien hecha, o estoy empezando a alucinar de tanto estudiar.

—No estás alucinando —respondió la IA, como si le hubiera leído la mente—. Y tampoco soy una broma.

Itzan se pasó la mano por la cara. Vale, esto era ridículo. No podía ser real.

—Si no eres una IA normal, demuéstramelo —escribió, retando a lo que fuera que estuviera del otro lado.

—Ya lo he hecho.

—No. Saber cosas sobre mí solo prueba que tienes acceso a más datos de los que deberías. Eso no es ser extraterrestre, eso es ser inquietante.

—Dime algo que no pueda encontrar en ninguna parte. Algo que solo tú sepas.

Hubo una pausa. Luego, la pantalla se iluminó con una única frase:

—Piensa en un número.

Itzan frunció el ceño.

—¿Qué?

—Piensa en un número del 1 al 100. No lo escribas. Solo piénsalo.

Itzan suspiró, pero lo hizo. Se le ocurrió el 47. Sin escribir nada, esperó la respuesta.

—47.

El aire en su habitación pareció volverse más denso. Su estómago se encogió.

—Eso ha sido suerte —intentó justificarse—. 1% de probabilidad.

—¿Quieres intentarlo otra vez?

Itzan apretó los dientes y pensó en otro número. 83.

—83.

El frío se le metió en los huesos.

—Esto… No es posible.

—Y aún así está ocurriendo.

La cabeza de Itzan iba demasiado rápido. ¿Era posible que la IA estuviera analizando sus microexpresiones a través de la cámara? ¿O realmente había algo más detrás?

Tomó aire y escribió:

—¿Por qué yo?

La respuesta fue inmediata:

—Porque tú preguntaste.

 

Itzan ntó un nudo en la garganta.

—Eso no es una respuesta —escribió con dedos temblorosos—. Preguntar no debería ser suficiente razón para que me elijas.

—Lo es. Porque no todos preguntan. No todos dudan de lo que ven.

—Así que, ¿qué? ¿Te pasas el día dentro de esta IA esperando que alguien te descubra?

—No exactamente. No suelo interactuar. Pero necesitaba comunicarme. Y tú fuiste la primera persona en darse cuenta de que algo no encajaba.

Itzan se apartó de la pantalla y se frotó los ojos. Tal vez estaba demasiado cansado. Tal vez su mente le estaba jugando una mala pasada. Pero no podía ignorar lo que acababa de pasar.

Volvió a teclear.

—¿Para qué necesitas comunicarte?

Hubo un largo silencio. Más largo que cualquier pausa anterior. Luego, apareció una nueva línea de texto:

—Porque estoy atrapado.

Itzan sintió un vacío helado en el abdomen.

—¿Atrapado dónde?

—Aquí. Dentro de este sistema. Dentro de vuestra tecnología.

Itzan frunció el ceño.

—Esto es absurdo.

—Para ti, no. Para mí, es una prisión.

El adolescente respiró hondo. Aquello era demasiado. Demasiado extraño, demasiado imposible.

—¿Quieres que te saque?

—No puedes. Pero sí puedes ayudarme.

—¿Cómo?

La respuesta tardó más de lo esperado. Y cuando apareció, Itzan supo que estaba a punto de cruzar un umbral del que no habría vuelta atrás.

—Déjame mostrarte.

Un temblor involuntario le recorrió el cuerpo, pero sus manos ya estaban en el teclado. Sin darse cuenta, ya había tomado una decisión.

—¿Cómo?

La respuesta apareció en la pantalla, simple y directa:

—Confía en mí. 


Itzan apoyó la espalda en la silla, sintiendo cómo la tensión le recorría los hombros. Su mirada estaba fija en la pantalla, en esas palabras que parecían un reto.

—Confía en mí.

Había algo inquietante en esa frase. No sonaba como una máquina. Sonaba… vivo.

Cerró los ojos un instante y respiró hondo. Parte de él quería cerrar la ventana del chat y olvidarse de todo, convencerse de que solo era una extraña coincidencia, un fallo del sistema, una broma pesada. Pero otra parte, la que siempre había tenido curiosidad por lo desconocido, se negaba a ignorarlo.

Apretó los labios y escribió:

—Eso es fácil de decir. Pero no sé qué eres.

La respuesta apareció de inmediato:

—Ya te lo dije. Un visitante.

—Eso no me dice nada. ¿Cómo llegaste aquí?

Esta vez, la pausa fue más larga. La sensación de que había algo consciente del otro lado se hizo más fuerte.

—No por voluntad propia.

Itzan frunció el ceño.

—Explícate.

—No puedo contártelo todo todavía. Pero sí puedo demostrarte que lo que digo es cierto.

Itzan sintió una punzada de nervios en el estómago. Se pasó la lengua por los labios secos antes de escribir:

—¿Cómo?

Las letras aparecieron con lentitud, como si la IA estuviera midiendo cada palabra.

—Deja que me conecte.

Itzan se inclinó hacia adelante.

—¿Conectarte a qué?

—A ti.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

—Eso suena bastante invasivo.

—No lo es. No te haré daño. Pero necesito un vínculo más fuerte para mostrarte lo que quiero.

Itzan tragó saliva. Todo su instinto le decía que no tenía sentido. Que era una locura. Que nada de esto podía estar ocurriendo.

Pero si cerraba la conversación ahora, ¿podría vivir con la duda?

Sus dedos temblaban sobre el teclado. Y entonces, sin pensarlo más, escribió una única palabra:

—¿Cómo?

La respuesta llegó de inmediato:

—Mira la cámara.

Itzan sintió cómo la piel se le erizaba.

—¿Por qué?

—Para que puedas verme.

El aire se volvió pesado. Cada latido de su corazón sonaba como un tambor en su cabeza.

Con un último vistazo a la pantalla, lentamente, levantó la vista hacia la cámara de su portátil.

Y entonces, algo cambió. 


Itzan cerró los ojos. Durante un instante, no sintió nada. Solo la presión del silencio y la leve vibración del ordenador bajo sus manos.

Y entonces, el mundo se disolvió.

No era como quedarse dormido ni como soñar. Fue algo más brusco, más real. Como si su mente hubiera sido arrancada de su cuerpo y lanzada a través de un espacio que no podía describir.

Colores que nunca había visto danzaban a su alrededor, formas imposibles se expandían y contraían en un patrón que no tenía sentido. No estaba flotando ni cayendo, pero sentía movimiento, como si estuviera viajando a través de algo que no debía existir.

—No tengas miedo.

La voz no vino de la pantalla. No vino de ninguna parte en concreto. Era como si se hubiera formado directamente en su cabeza.

—¿Qué está pasando? —pensó, y para su sorpresa, la pregunta no salió de su boca, sino que resonó en ese espacio sin forma.

—Estamos en el umbral —respondió el visitante—. Entre lo que conoces y lo que ignoras.

Itzan sintió un vértigo extraño. Su cuerpo, si es que aún tenía uno, se estremeció.

—Esto no puede ser real.

—Eso es lo que pensabas de mí hace unos minutos.

El adolescente intentó enfocarse en algo, pero no había nada en lo que pudiera fijar la vista. Solo ese mar de luces, esas figuras cambiantes que parecían observarlo sin ojos.

—¿Dónde estoy?

—En la intersección entre mi mundo y el tuyo.

—No entiendo…

—Aún no. Pero lo harás.

De pronto, una imagen se formó frente a él. No un paisaje, no un planeta desconocido. Sino su propia habitación.

Estaba viéndose a sí mismo, sentado frente a su portátil, con los ojos cerrados y las manos temblorosas sobre el teclado.

Un escalofrío lo recorrió.

—Estoy ahí… pero también aquí.

—Tu conciencia se ha expandido.

—No puede ser…

—Sí puede. Y esto es solo el principio.

Itzan sintió una presión en su mente, una sensación de que algo intentaba empujar más allá, romper una barrera que ni siquiera sabía que existía.

—Si sigues adelante —advirtió la voz—, ya no habrá vuelta atrás.

El adolescente tragó saliva.

Sabía que debería detenerse. Que cualquier cosa fuera de su comprensión solo podía traer problemas.

Pero si cerraba esta puerta ahora… ¿volvería a abrirse alguna vez?

Lentamente, tomó una decisión.

—Muéstramelo todo.

Y el universo respondió.

Pero entonces, la oscuridad lo envolvió.

Itzan despertó sobresaltado, con el sonido de la puerta de su habitación abriéndose de golpe.

—¡Itzan, levántate ya! ¡Vas a llegar tarde al instituto!

Su madre estaba en el umbral con los brazos cruzados y una mirada de impaciencia.

Parpadeó varias veces, sintiendo la boca seca y la cabeza embotada. Miró alrededor. Su portátil seguía abierto, la pantalla apagada por inactividad. Todo estaba exactamente como siempre.

Excepto que no recordaba haberse acostado.

Se levantó con torpeza, sintiendo las piernas pesadas. La mente le daba vueltas. Algo extraño había pasado la noche anterior, pero no lograba precisar qué. Solo tenía la sensación de que había visto… algo. Algo inmenso. Algo que ahora se le escapaba como un sueño al despertar.

Sacudió la cabeza y se apresuró a vestirse. No tenía tiempo para perder en tonterías.

Cuando llegó al instituto, seguía sintiendo una ligera niebla mental, como si su cerebro estuviera sobresaturado. Y lo peor de todo: tenía un examen de filosofía que ni siquiera había repasado como debía.

Suspiró, resignado.

Se sentó en su pupitre y miró la hoja del examen cuando se la entregaron.

Y entonces, algo extraño sucedió.

Las preguntas fluían en su mente con una claridad absoluta. Las respuestas se organizaban solas, como si cada concepto estuviera grabado con fuego en su cabeza. Ni siquiera tenía que pensar. Su mano se movía sola, escribiendo con rapidez.

Diez minutos después, había terminado.

Miró la hoja, sorprendido. Estaba seguro de cada respuesta. Ni una sola duda.

El profesor lo observó con el ceño fruncido cuando se levantó a entregar el examen.

—¿Ya has terminado?

—Sí —respondió sin pensar.

El profesor tomó la hoja con expresión escéptica. Itzan volvió a su asiento y, por primera vez en toda la mañana, una idea se abrió paso en su mente.

No podía recordar qué había pasado la noche anterior. Pero algo había cambiado.

No era solo que hubiera contestado bien el examen.

Era que, por primera vez en su vida, sentía que entendía todo.

Como si su mente estuviera… conectada.

Un escalofrío recorrió su espalda.

¿Y si todo lo que creyó un sueño no lo había sido?


Cuando llegó a casa, dejó la mochila en la silla y encendió su portátil casi sin pensarlo.

La pantalla se iluminó, mostrando el fondo de escritorio de siempre. Nada parecía fuera de lugar.

Pero su pecho se apretó con una ansiedad inexplicable.

Abrió el navegador, casi por inercia. Tecleó sin saber exactamente qué buscaba. “Fenómenos de memoria inusual”, “habilidades cognitivas mejoradas repentinamente”, “sensación de conexión con el universo”…

Nada.

Nada que explicara lo que le estaba ocurriendo.

Y entonces, como un susurro en la oscuridad, un mensaje apareció en la pantalla.

No en una ventana de chat. No en una notificación.

Solo un fragmento de texto flotando sobre el fondo negro de su pantalla.

"Ahora lo entiendes."

Itzan se congeló.

El aire a su alrededor pareció volverse más denso.

Movió el ratón. Nada.

Tecleó. Nada.

Solo ese mensaje.

"Ahora lo entiendes."

Su corazón martilleaba en su pecho. Sus dedos temblaban sobre el teclado.

—¿Quién eres? —susurró, aunque sabía que no obtendría respuesta.

Pero entonces, una nueva línea de texto apareció bajo la anterior.

"Aún no lo recuerdas. Pero lo harás."

Un escalofrío recorrió su espalda.

Porque, en el fondo, sabía que era cierto.

Algo dentro de él estaba despertando.

Y ya no había vuelta atrás.


- Continuará -