Corazón Vacío

En las frías noches de invierno, cuando el viento aúlla a través de las calles desiertas, su corazón se siente como un abismo sin fondo.

La traición aún arde en sus venas, y la soledad se cierne sobre ella como una sombra implacable. Pero en ese oscuro rincón de su alma, también arde una chispa de determinación. Ha jurado no volver a ilusionarse, pero ¿será capaz de mantener esa promesa cuando el pasado regrese a su puerta? 

La noche se cernía sobre la ciudad, y las luces parpadeantes de los edificios parecían titilar en sintonía con el latido doloroso de su corazón. El apartamento estaba sumido en un silencio sepulcral, solo interrumpido por el ocasional aullido del viento. Allí, en la penumbra, ella se sentía como un náufrago en un mar de desilusión.

Había sido traicionada. El amor que creía suyo se había esfumado, dejándola con un corazón vacío. Las palabras de la otra voz aún resonaban en su mente: “No te ilusiones más con él. Ya no va a volver”. ¿Cómo podía ser tan cruel el destino? ¿Cómo podía haberse equivocado tanto?

Recordó aquella noche fatídica. Las llamadas perdidas en su teléfono, las sospechas creciendo como una sombra oscura. Imaginó a su amado en brazos de otra, riendo, compartiendo secretos, mientras ella se retorcía en la agonía de la incertidumbre. ¿Dónde lo había conocido? ¿Cómo había llegado a este punto?

Se levantó de la cama y se acercó a la ventana. La lluvia comenzó a golpear los cristales, como lágrimas del cielo compartiendo su dolor. Miró hacia la calle desierta y se preguntó si algún día podría volver a confiar. Si algún día podría sanar ese corazón roto.

La promesa de no ilusionarse más resonaba en su mente. Pero también sabía que el pasado no se borraba con facilidad. Las cicatrices permanecían, y la soledad era un compañero constante. ¿Cómo podría seguir adelante? ¿Cómo podría encontrar la fuerza para enfrentar un nuevo día?

En la oscuridad, tomó una decisión. No permitiría que el frío la consumiera. No se hundiría en el abismo de la desesperación. Había sido abandonada, sí, pero aún quedaba algo de ella por recuperar. Algo que no podía permitirse perder.

Así que se secó las lágrimas, apretó los puños y juró que encontraría respuestas. Descubriría la verdad detrás de esa otra voz, de esa tercera persona que había enturbiado su amor. No importaba cuánto le doliera, no importaba cuánto la asustara. Ella se levantaría del piso y seguiría adelante.


La lluvia persistía, como si el cielo también compartiera su dolor. La búsqueda de respuestas la llevó a los rincones más oscuros de la ciudad. Calles estrechas, callejones desolados, donde las sombras parecían cobrar vida propia. Cada paso resonaba con la promesa que se había hecho a sí misma: no ilusionarse más.

Siguió las pistas, las migajas de un pasado que se desmoronaba. Las llamadas perdidas, los mensajes sin respuesta. ¿Quién era esa otra voz? ¿Cómo había entrado en su historia de amor? Las dudas la atormentaban, pero también la impulsaban hacia adelante.

En un café solitario, encontró a alguien que podría tener las respuestas. Un anciano con ojos cansados y una sonrisa triste. Se llamaba Don Elías, y había sido testigo de muchas historias de corazones rotos.

—¿Qué buscas, joven? —preguntó Don Elías, mientras removía su taza de café.

Ella se sentó frente a él y le contó su historia. La traición, la tercera persona, el abismo en su pecho. Don Elías la escuchó con paciencia, como si supiera que había más en juego que simples palabras.

—El corazón es un laberinto —dijo Don Elías—. A veces, creemos que conocemos todos sus rincones, pero siempre hay pasadizos ocultos. ¿Quieres saber la verdad?

Asintió con determinación. Quería desentrañar el misterio, aunque eso significara enfrentar más dolor.

—Esa otra voz —continuó Don Elías—, es la sombra de un pasado que él no quiere recordar. Una historia que se repite, una herida que no ha sanado. No es culpa tuya, ni de ella. Es simplemente el destino jugando sus cartas.

Ella apretó los puños. ¿Cómo podía ser tan injusto?

—Pero tú —añadió Don Elías—, tienes el poder de cambiar tu historia. No dejes que el frío te consuma. Busca la verdad, pero no te pierdas en ella. A veces, la verdad duele más que la mentira.

Se levantó de la silla, agradeciendo al anciano por sus palabras. La lluvia seguía cayendo, pero ahora sentía una chispa de esperanza. No importaba cuántas sombras se cruzaran en su camino, ella seguiría adelante.

El abismo en su corazón no se llenaría con venganza ni amargura. Encontraría la verdad y, quizás, sanaría. Pero una cosa estaba clara: no permitiría que nadie más dejara su corazón vacío.

La búsqueda la llevó a callejones oscuros, a conversaciones clandestinas y a recuerdos que se resistían a desvanecerse. Cada paso la acercaba más a la verdad, pero también la alejaba de la inocencia que alguna vez tuvo.


Encontró a Elena, la mujer detrás de la otra voz. Sus ojos eran un espejo de arrepentimiento y dolor. Había sido ella quien había compartido secretos con su amado, quien había llenado los espacios vacíos en su corazón. Pero también había sido ella quien había dejado que el frío se apoderara de su alma.

—No quería lastimarte —susurró Elena—. Pero él… él me necesitaba. Y yo también lo necesitaba a él.

Las lágrimas se confundieron con la lluvia mientras Elena le contaba su versión de la historia. Dos almas rotas, buscando refugio en los brazos del otro. Pero el destino no había sido amable. El abismo entre ellos se había ensanchado, y ahora solo quedaban cenizas de lo que una vez fue un amor ardiente.

Ella escuchó sin juzgar. No había espacio para la ira ni la venganza. Solo había espacio para la comprensión y la sanación. Elena también había perdido, también había sido traicionada. Y en ese momento, sus corazones se encontraron en un punto de quiebre.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Elena, mirando al horizonte.

—Seguir adelante —respondió ella—. No como enemigas, sino como almas heridas que buscan la paz. No permitiremos que el pasado nos defina. Encontraremos un nuevo camino, uno que no esté marcado por la traición.


Y así, juntas, se enfrentaron al abismo. No sabían si encontrarían respuestas o si solo hallarían más preguntas. Pero ya no importaba. El corazón vacío comenzaba a llenarse con algo más poderoso que el dolor: 

la esperanza.

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