Letanía de la Alegría
Este relato se inicia, uno de estos días de abril en los que el cielo permanecía todo el día perpetuamente gris, y mi ánimo reflejaba ese mismo tono sombrío. Me sentía atrapado en una neblina de pensamientos negativos, una tristeza que se adhería a mí como la humedad de la mañana. Las horas se deslizaban una tras otra, indistinguibles, teñidas de una melancolía que no podía sacudirme de encima. Fue entonces cuando decidí tomar un lápiz y el papel, buscando en las palabras un faro de esperanza. Comencé a escribir una letanía, una serie de afirmaciones que esperaba pudieran actuar como un conjuro contra la oscuridad que me envolvía. “En el jardín de los días grises,” escribí, “donde las nubes se ciernen pesadas, invoco a la risa, al sol escondido…” Cada palabra era un paso hacia adelante, cada verso una batalla ganada contra la tristeza. Me llevó varias horas completarla, horas en las que mi única misión era encontrar la combinación perfecta de palabras que pudiera cambiar mi perspectiva