Cómo conquisté la casa y el corazón de Karey. Por Syrius 🐈

Hola, me llamo Syrius y soy un gato.


Bueno, así es como me llaman los humanos. Yo me considero un ser libre y aventurero, que no se deja dominar por nadie. Bueno, casi nadie. Hay una gata que me tiene un poco loco, pero eso es otra historia.

Os voy a contar cómo llegué a esta casa, donde vivo con una familia de cinco humanos y una gata. Es una historia llena de emociones, sorpresas y diversión. Espero que os guste.

Todo empezó cuando vivía en un centro de acogida. Era un lugar triste y aburrido, donde había muchos gatos como yo, que habían sido abandonados o maltratados. Allí no había mucho que hacer, solo comer, dormir y esperar a que alguien nos quisiera.

Un día, una familia de cinco humanos vino a visitarnos. Eran dos adultos, dos niños y una niña. Se pasearon por el centro, mirando a los gatos con curiosidad y compasión. Algunos gatos se acercaron a ellos, buscando su atención y su cariño. Otros se alejaron, temiendo su rechazo y su crueldad.

Yo me quedé en mi rincón, observándolos con indiferencia. No me interesaban los humanos, ni quería que me adoptaran. Había oído historias de gatos que habían sido adoptados y luego devueltos, o peor, abandonados de nuevo. No quería sufrir eso, prefería estar solo.

Pero entonces, algo pasó. La niña pequeña se fijó en mí. Se acercó a mí y me miró con unos ojos grandes y brillantes. Me dijo algo en su idioma, que no entendí. Me extendió la mano y me acarició la cabeza. Sentí su calor y su ternura. Me gustó.

La niña me cogió en brazos y me llevó con su familia. Les dijo algo, y ellos me miraron con una sonrisa. Me dijeron que era muy bonito y que me iban a adoptar. Me pusieron un collar con una chapa que ponía Syrius. Ese era mi nuevo nombre.

Me metieron en una caja con agujeros y me llevaron a su coche. El coche se movía y hacía ruido. Me mareé y me asusté. Quería salir de allí, pero no podía. Me resigné y me quedé quieto.

Llegamos a su casa. Era una casa grande y bonita, con muchas habitaciones y muchas cosas. Me sacaron de la caja y me dejaron en el suelo. Me dijeron que esa era mi nueva casa y que podía explorarla. Me dieron comida y agua, y un arenero. Me dieron juguetes y mantas. Me dieron mimos y besos. Me hicieron sentir bienvenido.

Pero había un problema. Ya había una gata en la casa. Se llamaba Karey y era muy mala conmigo. Me bufaba y me maullaba, tratando de asustarme y hacerme saber quién mandaba en la casa. No le gustaba que yo estuviera allí, ni que compartiera su espacio ni sus cosas. Me odiaba.

Yo no entendía por qué Karey me odiaba tanto. Yo solo quería tener una familia y un hogar donde vivir. Así que me escondí debajo de la cama y solo salía para comer y hacer mis necesidades.

Los humanos se dieron cuenta de que Karey y yo no nos llevábamos bien. Intentaron acercarnos y hacernos ver que éramos parte de la misma familia, pero no funcionó. Karey seguía siendo hostil y yo seguía siendo tímido.


Un día, los humanos nos llevaron al veterinario. Fue un viaje muy estresante. Tuvimos que ir en unas cajas y aguantar los ruidos y los olores del coche y la clínica. Allí nos examinaron, nos pincharon y nos hicieron cosas que no nos gustaron. Fue horrible. Bueno a excepción de las chuches al final.

  • Miau, ¿a dónde nos llevan? - le pregunté a Karey, nervioso.
  • Miau, al infierno, seguro. Esto es una trampa, nos van a abandonar - me respondió Karey, asustada.
  • Miau, no digas eso, ellos nos quieren. Seguro que solo es una visita rutinaria - le dije, tratando de tranquilizarla.
  • Miau, ¿y qué sabes tú? Eres un novato, no conoces el mundo. Los humanos son traicioneros, te dan una de cal y otra de arena - me dijo Karey, desconfiada.

    Por lo que me explicó más adelante Karey, cuando nos hicimos amigos, ... bueno que me estoy adelantando mucho, .... parece que tuvo una mala experiencia una vez, que se calló a la calle cuando estaba jugando en el balcón y se perdió varios días, desde entonces no le gusta salir de casa y desconfía de los humanos y otros animales que no son familiares.

Después de la visita, nos llevaron de vuelta a casa. Estábamos cansados y adoloridos. Nos tumbaron en el suelo y nos quedamos dormidos.


Unos días después, los humanos se fueron de viaje, nos dijeron que se iban de fin de semana, pero no se que es eso, y nos dejaron al cuidado de una vecina. La vecina era una señora mayor que no sabía mucho de gatos. Se olvidó de dejarnos suficiente comida y agua, y tampoco nos prestó mucha atención.

Karey y yo nos quedamos solos en la casa, sin nadie que nos mimara ni nos protegiera ¿Nos habían abandonado?. Nos dimos cuenta de que teníamos que cooperar para sobrevivir. Así que empezamos a buscar comida y agua por la casa, y a compartir lo que encontrábamos.

  • Miau, mira, hay un poco de atún en la lata - le dije a Karey, señalando con la pata.
  • Miau, ¿y qué? Eso es mío, yo lo vi primero - me contestó Karey, acercándose al atún.
  • Miau, no seas egoísta, hay suficiente para los dos. Podemos repartirlo y comer juntos - le propuse, tratando de ser amable.
  • Miau, está bien, pero solo porque tengo hambre. No creas que somos amigos - me advirtió Karey, aceptando el trato.

    La verdad es que soy un glotón, me hubiera comido todo pero tenía que intentar hacerme amigo de Karey.

Mientras buscábamos, también descubrimos cosas nuevas y divertidas. Encontramos un armario lleno de ropa, donde nos probamos sombreros y bufandas. Encontramos la caja de juguetes, donde jugamos con pelotas y muñecos. Luego salimos a la terraza, donde tomamos el sol y vimos las estrellas.

  • Miau, ¿qué es esto? - le pregunté a Karey, sacando un sombrero de copa del armario.
  • Miau, es un sombrero, los humanos lo usan para cubrirse la cabeza - me explicó Karey, que sabía más cosas que yo.
  • Miau, ¿y para qué lo usan? - le pregunté, curioso.
  • Miau, no lo sé, supongo que para estar más guapos o para protegerse del frío - me dijo Karey, encogiéndose de hombros.
  • Miau, pues yo quiero probarlo - dije, poniéndome el sombrero en la cabeza.
  • Miau, ¡jajaja! ¡Qué gracioso estás! - se rió Karey, viéndome con el sombrero.
  • Miau, ¿te ríes de mí? - me ofendí, quitándome el sombrero.
  • Miau, no, no, me río contigo. Es que estás muy simpático - se disculpó Karey, sonriendo.

Luego, abrimos la caja de juguetes y sacamos una pelota, un muñeco y un ratón de cuerda. Nos pusimos a jugar con ellos, lanzándolos, persiguiéndolos y mordiéndolos.

  • Miau, ¡esto es divertido! - exclamé, saltando sobre la pelota.
  • Miau, ¡sí, lo es! - admitió Karey, atrapando el muñeco.
  • Miau, ¡mira, un ratón! - grité, viendo el ratón de cuerda.
  • Miau, ¡vamos a cazarlo! - propuso Karey, siguiendo el ratón.

Los dos gatos nos lanzamos sobre el ratón, que se movía de un lado a otro. Nos peleamos por él, tirando de su cola y de sus orejas. Al final, lo rompimos y salió un muelle. Nos quedamos mirándolo, decepcionados.

  • Miau, ¡qué timo! Esto no es un ratón de verdad - me quejé, escupiendo el muelle.
  • Miau, ¡no, es una porquería! Nos han engañado - se quejó Karey, arrojando el ratón.
  • Miau, bueno, al menos nos hemos divertido un rato - dije, tratando de ver el lado positivo.
  • Miau, sí, eso es verdad. Ha sido entretenido - dijo Karey, reconociendo el mérito.

Después de jugar con los juguetes, nos fuimos a la terraza, donde había una hamaca y unas plantas. Nos subimos a la hamaca y nos balanceamos, sintiendo la brisa y el sol. Luego, nos acercamos a las plantas y las olfateamos, reconociendo sus aromas y sus colores.

  • Miau, ¡qué bien se está aquí! - exclamé, estirándome en la hamaca.
  • Miau, sí, tienes razón. Es un lugar muy relajante - admitió Karey, acurrucándose junto a mí.
  • Miau, ¿ves esas luces en el cielo? - le pregunté, señalando con la nariz.
  • Miau, sí, las veo. Son las estrellas, los humanos dicen que son soles muy lejanos - me explicó Karey, que sabía más cosas que yo.
  • Miau, ¿y qué hay más allá de las estrellas? - le pregunté, fascinado.
  • Miau, no lo sé, supongo que hay otros mundos, otros seres, otras aventuras - me dijo Karey, imaginando.
  • Miau, ¿te gustaría ir a conocerlos? - le propuse, entusiasmado.
  • Miau, no, yo estoy bien aquí. Este es mi mundo, mi hogar, mi familia - me dijo Karey, satisfecha.

Los dos nos quedamos mirando las estrellas, soñando con lo que habría más allá. Nos sentimos felices y tranquilos, y nos dormimos abrazados.

Cuando los humanos volvieron, se sorprendieron al ver que estábamos acurrucados en la hamaca, durmiendo juntos. Se alegraron de que nos hubiéramos reconciliado y nos lleváramos bien. Nos dieron muchos mimos y premios "COMIDA", y nos dijeron que éramos una familia feliz.


Un tiempo después, ... o eso creo porque los gatos no tenemos sensación de tiempo y después de vivir juntos muchas aventuras, Karey y yo nos convertimos en inseparables. Nos queríamos mucho y nos cuidábamos el uno al otro. También nos llevamos bien con los humanos de la casa, que nos trataban como parte de la familia.

Con Silvia, la madre, Karey dormía siempre con ella a los pies y luego a su lado. Le gustaba sentir su calor y su cariño. A veces, los niños se nos llevaban a Karey y a mi para dormir con ellos, pero casi siempre acababamos volviendo a dormir a los pies de Silvia. Aunque a veces acabábamos volando por los áires cuando se movían Silvia o Santi y nos ibamos a dormir con alguno de los niños, estos humanos no saben dormir sin moverse tanto, Miau.

Silvia era muy buena con nosotros y muchas veces nos daba chucherías. También nos hablaba con dulzura y nos decía cosas bonitas, bueno salvo cuando me subía a comer encima de la mesa o me metia en la cocína para coger algo de comída, ... no se porqué se ponía así. Yo le decía que la quería con mis ronroneos y mis lametones. Karey también le decía que la quería, pero a su manera. A veces le mordía la mano o le arañaba la cara, pero era solo para demostrarle su afecto. A mi lo que me gustaba era morderle los pies.


Con Jeran, el hijo mediano, yo jugaba mucho. Me gustaba correr tras él y saltar sobre él. Jeran se reía y me hacía cosquillas. Antes, Jeran tenía miedo a los gatos, sobre todo a Karey, que era muy gruñona. Pero desde que yo llegué, le encantaron los gatos, e incluso jugaba con Karey. Karey se dejaba hacer por Jeran, porque sabía que era un niño bueno y dulce. Aunque de vez encuando también le daba algún mordisco y arañazo, lo que no sabía Jeran que era para jugar con él, ... bueno a veces también porque a Karey se le va la olla y le da por morder fuerte, jajaja.

Jeran era muy divertido con nosotros. Nos hacía trucos de magia, nos contaba chistes y nos ponía películas de dibujos animados. También nos enseñaba cosas que él aprendía en el colegio, como las letras, los números y los colores. Yo le decía que era muy listo con mis maullidos y mis cabezazos. Karey también le decía que era muy listo, pero a su manera. A veces le robaba el lápiz o le tiraba el libro, pero era solo para animarle a estudiar.


Con Iryan, la hija pequeña, yo me dejaba llevar como un muñeco. Me gustaba que me vistiera y me peinara. Iryan me ponía vestidos, lazos y collares. También me hacía fotos y vídeos, y los enseñaba a sus amigas. Me sentía como una estrella. Karey también se unía a esos juegos, pero solo cuando estaba de buen humor. Si no, se escapaba y se escondía.

Iryan era muy cariñosa con nosotros. Nos abrazaba, nos besaba, nos cantaba y nos bailaba. También nos regalaba cosas que ella hacía, como dibujos, collares y tarjetas. Yo le decía que era muy bonita con mis ojos y mis ronroneos. Karey también le decía que era muy bonita, pero a su manera. A veces le quitaba el lazo o le despeinaba el pelo, pero era solo para hacerle un cambio de look.


Con Itzan, el hijo mayor, yo jugaba o molestaba cuando estaba jugando con la consola. Me gustaba morder los cables y apretar los botones. Itzan se enfadaba y me decía que lo dejara. Pero luego se calmaba y me daba un beso. Yo también le escuchaba atento cuando tocaba la guitarra. Me gustaba la música y me ponía a maullar. Itzan se reía y me decía que era su fan número uno. A Karey y a mí nos  encantaba dormir la siesta encima de él. Nos gustaba su olor.

Itzan era muy guay con nosotros. Nos dejaba jugar con sus cosas, nos enseñaba a tocar la guitarra y nos ponía música rock. También nos contaba sus cosas, como sus amigos, sus novias y sus problemas. Yo le decía que era muy valiente con mis gestos y mis maullidos. Karey también le decía que era muy valiente, pero a su manera. A veces le arañaba la cara o le mordía la oreja, pero era solo para darle ánimos, creo que Karey está enamorada de Itzan.


Con Santi, el padre, yo siempre estaba jugando a sorprenderle. Me gustaba esconderme y saltar sobre él cuando no se lo esperaba. Santi se asustaba y me decía que era un travieso. Pero luego se reía y me rascaba la barriga. Yo también le esperaba cuando llegaba del trabajo. Corría hacia él y le daba la bienvenida. Santi me cogía en brazos y me sentía feliz. Más que un gato, me decía que parecía un perro. Los humanos son muy raros. 

Santi era muy bueno con nosotros. Nos daba de comer, nos limpiaba, nos cepillaba y nos llevaba al veterinario. Nos compraba comida, juguetes y cosas para la casa. También nos hacía reír, nos hacía cosquillas y nos lanzaba al aire. Yo le decía que era muy fuerte con mis patas y mis maullidos. A veces le saltaba encima o le tiraba del pelo, pero era solo para hacer ejercicio.


Karey y yo éramos muy felices en nuestra casa. Teníamos una familia y un hogar donde vivir. Teníamos amigos con quien jugar y compartir. Éramos unos gatos afortunados. 


En realidad, lo que no saben los humanos, es que la casa es de los gatos, y nuestra familia solo pagan lo que sea eso de la hipoteca.


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